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La ciudad planetaria en
ellos mismos. En otras palabras, eran humanistas, no
creían en las plagas. Una plaga no está hecha a la
medida del hombre. Por lo tanto, el hombre se dice a
sí mismo que la plaga es irreal, un mal sueño que tiene
que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño
en mal sueño son los hombres los que pasan, y
los humanistas en primer lugar, porque no tomaron precauciones.
Estos ciudadanos no eran más culpables que
otros, simplemente se olvidaron de ser modestos, eso
es todo...Presuponían que las plagas eran imposibles...Se
creían libres, pero nadie será libre mientras
haya plagas”.
La peste Albert Camus De la ciudad del mito a la ciudad
capitalista Hay un mito de origen de la
ciudad. Este aparece narrado en el Génesis cuando Caín, errante y fugitivo
sobre la tierra después de matar a su hermano, se aleja de la presencia de Yahvé
y se establece en la región de Nod. Allí conoce a su mujer y después
construye una ciudad para escapar a las leyes de la Naturaleza, es decir, las
leyes de Dios. Este hecho representa el símbolo del paso de la vida nómada a
la sedentaria. Por ello la ciudad era cuadrada y estaba orientada según los
cuatro puntos cardinales. Es así como evocaba la estabilidad frente a la
distribución circular de los campamentos nómadas y del propio Paraíso
Terrenal. En el mito del Génesis la
ciudad es herencia de Caín. Desde su inicio es signo de un estado de exilio
debido a la necesidad de huir de Dios. La ciudad del mito es un signo ambiguo y
contradictorio originado por una muerte violenta. Por lo tanto, la emergencia de
la gran ciudad espanta y angustia porque trae a la luz la verdad de origen: es
el espacio donde no existe Dios. Es el espacio donde los seres humanos deben
reglamentar sus propias condiciones de vida. En la Edad Media la ciudad era
el mejor escenario para la sociedad civil. En esa época aparece el pensamiento
de San Agustín que distingue tres tipos de ciudades diferentes. La celeste
espiritual que es la que San Pablo denomina Jerusalén superior; es la ciudad de
Dios, equivalente al reino de los cielos. La terrestre espiritual que es la
Jerusalén de la era contemporánea, que corresponde al reino de la imagen
representativa de las ideas caídas y, por último, la terrestre condenable; es
decir, la ciudad pagana y no cristiana, la del diablo. Cuando la ciudad de Dios se
vuelve laica esta aparece representada en la “Utopía” de Tomas Moro, la
“República Cristiana” de Bacon o “La Ciudad Sol” de Campanella. Estos
textos describen una ciudad utópica donde la vida humana estaba perfectamente
organizada.[2]
Con los años comienza a aparecer una nueva correlación de fuerzas económicas,
políticas y sociales que llevan al triunfo de la burguesía cuyo desarrollo va
dando forma a la ciudad capitalista.[3] Cuando triunfa la Revolución
de Octubre aparece la posibilidad de realizar la ciudad socialista. Esta ya no
era la ciudad utópica sino aquella que podía ser construida al servicio del
ser humano. Artistas y arquitectos como Le Corbusier, Mendelshon, Gropius y
otros son atraídos a Moscú con la consigna de los poetas Maiakovski y
Meyerhold: “¡A la calle los tambores, los futuristas y los poetas!”. En
este sentido escribe M. Vázquez Montalban “Los poetas de la revolución,
independientemente de sus códigos, imaginaban aquella ciudad como el espacio
material y espiritual donde se ejercía la participación, la soberanía
popular, y donde las vanguardias eran legitimadas por la demanda del cliente
libre en la sociedad libre, según sus necesidades reales. Una ciudad libre
exenta de las leyes del mercado y de la ley del más fuerte, donde la
posibilidad de inventar, de imaginar, de cambiar, no tuviera límites”.[4] Luego de esos primeros años de
la revolución, el límite va llegar con el Stalinismo y la imposición de un
estado social-autoritario. La ciudad socialista se aleja del buen gusto y las
ideas de Trostki, Lunacharski o Alexandra Kollantai. Es la burocracia la que
construye la ciudad según el gusto pomposo de Stalin, adecuando su estética a
la uniformidad totalitaria del pensamiento único. Pero, como plantea Vázquez
Montalban “hay que empezar por el recuento de aquel fracaso para llegar a la
perspectiva de la ciudad necesaria y del papel que las artes y las letras pueden
jugar en su conciencia”.[5] La violencia en la ciudad planetaria El pasaje de la polis a los
problemas de las metrópolis actuales no es simplemente, tal como se presenta en
el mito de Caín, herencia de una culpa originaria según un humanismo new-age
que propone la vuelta a la naturaleza. Tampoco de la imposibilidad para
construir ciudades utópicas. Estos se deben a situaciones económicas, políticas
y sociales que generan una cultura donde se desarrollan los intercambios
libidinales para vivir en comunidad. De esta manera la cultura se constituye en
un espacio-soporte que “ofrece la posibilidad de que los sujetos se encuentren
en comunidades de intereses, en las cuales se establecen lazos afectivos que
permiten dar cuenta de los conflictos que se producen. Allí el desarrollo de
las posibilidades creativas genera la capacidad de sublimación de las pulsiones
sexuales y desplaza la violencia destructiva y autodestructiva. Es así como
este espacio se convierte en soporte de los efectos de la muerte como pulsión.
Cuando una cultura no puede crear este espacio-soporte, genera una comunidad
(gemeinschaft) destructiva. Así surge una comunidad donde impera el ‘sálvese
quién pueda’. Una comunidad donde la afirmación de uno implica la destrucción
del otro. Esta situación trae como consecuencia lo que Robert Castel llama un
‘individualismo negativo’, derivado de la metamorfosis que se ha producido
en la sociedad (gesellschaft)”.[6] En este sentido será preciso
considerar las actuales dificultades de las metrópolis no sólo como la verdad
emergente de la ciudad en general, sino como la verdad de la propia existencia
humana en determinadas situaciones históricas. En este fin de siglo nos encontramos con la imposibilidad
del capitalismo globalizado de realizar un proyecto político incluyente en lo
social y viablemente generalizable en lo económico. Desde sus orígenes las sucesivas crisis del capitalismo
podían reconciliar la reproducción económica con la reproducción social.
Aunque para ello apelara a violencias, guerras, corrupciones y dictaduras como
las que padecimos en nuestro país (Argentina). Actualmente esta crisis no es
tal, como la quieren mostrar los sectores de poder cuyos partidos políticos
prometen más de lo mismo. Es que mientras un sector de la población padece la
exclusión, el deterioro salarial, la precariedad laboral, etc., otros conocen
niveles de ganancias inéditas en la historia (informática, robótica,
telecomunicaciones, biotecnologías, etc.). A ello debe sumarse la desregulación
financiera, las políticas de ajuste y la desaparición del Estado como árbitro
relativamente autónomo, lo que lleva a que las grandes empresas inviertan su
dinero en la especulación financiera donde las tasas de ganancias tienen
niveles sin precedentes.[7] Un ejemplo de lo que
estamos afirmando lo encontramos en el siguiente dato: 200 empresas del planeta
representan el 25% de la actividad económica mundial empleando18,8 millones de
trabajadores, es decir el0.75% de la mano de obra. Dicho de otra manera, un
cuarto de la riqueza producida en el mundo se realiza con menos de uno por
ciento del total de la fuerza de trabajo. Para que quede claro: todos, en un
futuro que ya es presente, somos potencialmente desocupados.[8]
En este sentido el capitalismo globalizado desarrolla un
modo de socialización que lleva a la imposibilidad de generar una cultura que
regule los lazos sociales para el conjunto de la población. Sus consecuencias tienen un escenario: la ciudad que se ha
transformado de metrópolis en una ciudad planetaria extraña e inquietante. Nos
sentimos nómadas en un desierto de calles y hormigón armado donde, como Caín,
necesitamos matar a nuestro hermano para construir nuestra propia ciudad. Por
ello la furia se ha transformado en violencia destructiva y autodestructiva.[9] El miedo es una constante.
La sensación de vacío, de soledad y muerte han generado nuevas sintomatologías.
Esto ha llevado que se produzcan profundas transformaciones en la subjetividad
que es necesario entender. Caso contrario seguiremos con soluciones
superficiales que sólo sirven para fortalecer los mecanismos de negación y
fetichización que no permiten una reflexión que contribuya a crear una
alternativa posible de ser realizada. Una alternativa que no esté sostenida en
un profetismo romántico o un milenarismo utópico. Una alternativa que permita
generar redes de solidaridad para los excluidos y carenciados. En definitiva,
una alternativa política y económica que pueda beneficiar a la mayoría de la
población. En la actualidad no es posible la vuelta del ser
humano a la naturaleza para construir la ciudad de Dios sino solo la ciudad, o más
bien, la ciudad humana. Este es el desafío: sí los seres humanos podemos crear
un sistema de cultura, una forma universal de ciudad, que inscriba positivamente
en un esquema de sentido y orden capaz de establecer una cierta normalidad
efectiva de la vida con las particularidades propias de cada región del
planeta. Es evidente que solo será posible en una cultura basada en una
democracia igualitaria, solidaria y libertaria. Notas [1] Zarone, Giussepe, Metafísica de la ciudad. Encanto utópico y desencanto metropolitano. Colección Hestia-Dike, Pre-Textos, Universidad de Murcia, Valencia, España, 1993. [2] Para un análisis de la utopía leer Carpintero, Enrique “La utopía como porvenir de una ilusión” Topía revista, N° 5, año II, agosto de 1992, Buenos Aires. [3]
Carpintero,
Enrique “Una nueva utopía: la felicidad privada” Topía revista N° 12,
año IV, [4] Vázquez Montalban, Manuel La literatura en la construcción de la ciudad democrática. Editorial Crítica, Barcelona, España, 1998. [5] Idem anterior. [6] Enrique, Carpintero Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos. Topía editorial, Buenos Aires, 1999 [7] Matellanes, Marcelo Frente al límite civilizatorio. Revista “De mano en mano”, Buenos Aires, 1999. [8] Revista “Tres puntos”, año 2, N° 103, Buenos Aires, 24 de junio de 1999. [9]
Para
una mayor aclaración de los conceptos “furia” y “violencia” leer,
en este mismo número, los artículos de Freire, Hector La
furia (entre el optimismo trágico y el |
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